La esperanza -antes tan diligente-
no viene a visitarnos hace tiempo.
Últimamente estaba distraída.
Llegaba siempre tarde, y nos llamaba
con nombres de parientes ya enterrados.
Nos miraba con ojos que le transparentaban,
igual que esos espejos que pierden el azogue.
Nos tocaba con manos realmente imperceptibles,
y amanecíamos llenos de arañazos.
También daba monedas que luego no servían.
Pero ahora, ni eso.
Hace ya tiempo que no viene,
que hasta llegué a pensar:
¿si se habrá muerto?
Después caí en la cuenta
que que los muertos éramos nosotros.
Ángel González
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