nadie, nadie,
absolutamente nadie,
debería sentirse rechazado,
ni tan siquiera una vez,
ni un minuto,
ni un segundo.
nadie, nunca.
quizá, de este modo,
nos ahorraríamos
contemplar
los ojitos de decepción
que lucen
los individuos
cuando
al fin
se sienten
aceptados.
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